Como ya es habitual se suceden las declaraciones de los obispos opinando acerca del sexo. Resulta cuando menos fascinante la obsesión de nuestras eminencias por los asuntos de la carne, así como la autoridad con que se manifiestan sobre una faceta de la vida que les es tan ajena. Me pregunto de dónde procederá esa supuesta autoridad de la que parecen investidos al hablar de esas cosas. En lo que a mí respecta, cuando escucho o leo declaraciones de obispos en torno al sexo me imagino a altos dignatarios vegetarianos pronunciándose sobre la preparación de barbacoas.
Uno de los temas que más me sorprende es su ataque furibundo a la homosexualidad, como si por algún capricho del destino los obispos aún no hubieran caído en la cuenta de que sus seminarios son precisamente viveros de homosexuales.
¿A qué espera alguien para advertir a los obispos que sus opiniones están cada vez más alejadas de la realidad, que recuerdan a las de esos líderes políticos que, aúpados al poder hace ya muchos años, cortaron hace tiempo el cordón umbilical que les unía a la sociedad que supuestamente gobiernan? Claro que los obispos no se presentan a las elecciones. Entonces ¿a quién corresponde abrir los ojos, las mentes, (¿las braguetas?), a los obispos?
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